Esa sensación de incomodidad, que a veces nos agita de tal manera que no podemos parar de hacer muchas cosas a la vez, o nos avoca  a la acción sin descanso; y otras nos paraliza viendo pasar la vida sin poder tomar parte activa de ella. Es como si o bien estuviéramos pasados de revoluciones, o por el contrario viviéramos dejándonos llevar por la inercia, sin poder valorar realistamente las cosas o funcionando como autómatas. Ambas situaciones producidas por un estrés acumulado y no resuelto son producto de la ansiedad.

La ansiedad suele proceder de un estado permanente de alerta que agota nuestras energías psíquicas e impide que hagamos frente de forma eficaz a nuestra vida. Nos llena de preocupación, y este estado de preocupación nos impide ver las cosas de forma objetiva, nos hace identificarnos con pensamientos y emociones negativos generadas por el estrés, que nos sumergen en un estado de pesimismo permanente.

La atención disminuye, nos cansamos mas fácilmente, el rendimiento decae, tenemos menos claridad mental para razonar, nos sobrepasan las emociones, no podemos disfrutar siquiera de las pequeñas cosas. Se acrecienta la impaciencia, la irritabilidad, la perdida de memoria y la falta de concentración. Pero especialmente, perdemos interés por los demás, disminuyendo la sensibilidad hacia ellos y centrándonos egoísta y tozudamente en nosotros y nuestros problemas.

A veces tenemos pensamientos obsesivos, dando vueltas y mas vueltas a las cosas que nos ocurren, siendo cualquier acontecimiento desbordante para nosotros. Otras veces, esta ansiedad viene acompañada de sentimientos de impotencia, de tristeza, de apatía, de culpabilidad. La sensación de incomodidad y de estar en una espiral sin fin, es común a la angustia vital.

La incertidumbre, el cambio forma parte de la vida. ¿Quién dijo que podemos tener el control de todo? Sabemos que no es así. Ni siquiera de una mínima parte. Tratar de pensar o conseguir lo contrario es ilusorio, además de ser un garante para nuestra infelicidad.

La felicidad consiste en adaptarse. De hecho, como demostró Darwin: “Las especies que sobreviven no son las más fuertes, sino aquellas que se adaptan mejor al cambio”.

La felicidad consiste más bien en aceptar lo bueno y lo malo, saber que todo pasa y aprovechar las cosas buenas que vamos teniendo, sin temer el monstruo de lo malo que puede llegar, o rumiando  todo lo estresante que nos ha pasado. No podemos caer en la utopía de “ser a toda costa felices”, pues la vida esta hecha de altibajos, tanto en acontecimientos, como en estados de animo propios de cada persona.

Ayuda bastante creer en uno mismo, y ocuparse de las cosas, sin llegar a la obsesión por que estas se amolden a nuestra expectativa, dando lo mejor de nosotros, pero no culpabilizándonos en exceso ante el error. Unas veces se gana, y otras, se aprende.

Los sueños, son deseos que podemos visualizar para conseguir objetivos. Son necesarios, pero no debemos permitirnos  no sentirnos bien por hecho de que no se cumplan. Mas bien, deberíamos darnos cuenta de que merece la pena seguir alimentando la capacidad de soñar que tenemos de niños, para que los deseos sigan proporcionando  la energía, que en forma de ilusión, necesitamos para no desalentarnos tan fácilmente ante la incertidumbre.

Solo cuando éramos niños podíamos disfrutar plenamente de las cosas buenas que nos pasaban, sin distorsionarlas pensando en los peligros. Merece la pena plantearse si muchas veces, seria inteligente enfocar nuestra vida de adultos con esta simplicidad de cuando éramos niños, y recordar, que esa parte sigue estando en nosotros. Que nos puede ser muy útil aunque lo hayamos olvidado.

Hacer algo para ser más felices, significa también conectar con nuestra propia energía interna, sabiendo que cuando trabajamos nuestra fuerza de voluntad, estamos sembrando mayor capacidad para  soportar el estrés y no sumergirnos en la pesadilla de la ansiedad generalizada que nos impide disfrutar el hecho de vivir.

Es la incertidumbre la que alimenta el estrés y la ansiedad, pero es nuestra mente quien debe decidir poner todos los remedios para que estos, no nos hagan tambalearnos. Mejor vivir, que tan solo sobrevivir. Pues como dijo Victor Hugo: “La mayor desgracia del ser humano, no es llegar a morir, sino no saber cómo vivir”.

A la mente la podemos entrenar, igual que a nuestra voluntad, con determinación, esfuerzo y convencimiento de lo que realmente somos, no de lo que las cosas malas que hemos vivido nos hayan hecho creer que somos.

No deberíamos dudar ni por un momento el pedir ayuda cuando la ansiedad está haciéndonos sentir mal. Tener puntos de vista diferentes al nuestro y poder tener la oportunidad de reflejarnos en el espejo de otros, sobre todo cuando se trata de profesionales de la salud, es curativo, y todos necesitamos de procesos curativos.

Lola Lopez

 

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