A pesar de la importancia de mantener relaciones estables y consolidadas entre las personas, cada vez se impone más la mentalidad “No me convence, voy a ver si encuentro algo mejor”. Es muy fácil. Basta con abrir internet.

Esta muy bien la posibilidad que tenemos en este sentido, pero este enorme mundo on line es un arma de doble filo, pues raramente podemos conocer a las personas mas a fondo, sino de forma cada vez más irreal, lo que nos hace cada vez más intolerantes ante los defectos y las equivocaciones de los otros.

La moda actual que imponen las redes sociales ofrece a la carta infinidad de personas de todo tipo, que a golpe de clic nos proporcionan dopamina, y nos hacen creer que lo mejor es lo que aun no hemos descubierto. Es una trampa que lo único que consigue es que nos sintamos peor a la larga, pues ofrece solo la posibilidad de contactos superficiales, compartidos con un elenco variado de otros contactos superficiales que nunca nos llevan a ningún fin que merezca la pena.

Las redes sociales y las aplicaciones para conocer gente palian la soledad, o la necesidad de contacto humano, y nos hacen creer que en el mundo hay millones de personas con las que podemos estar, que nos pueden querer, que nos pueden dar algo mejor, sin darnos cuenta de que el gran escaparate que todos los días podemos ver de forma virtual no es más que una gigantesca cortina de humo, que nace de la necesidad de compartir, sea lo que sea, y en el mejor de los casos, de la motivación por encontrar a personas afines que nos hagan ser más felices.

Pero unas cuantas fotos, una descripción, una información puntual de la persona que se esconde detrás, la idea, seguramente ficticia, que nos hacemos de alguien a través de las redes, no se corresponde más que con una pobre posibilidad de cualquiera, sin embargo parece que es con lo que nos conformamos. Es más fácil creer que existen muchas posibilidades válidas para nosotros, que adentrarse en lo que realmente es cualquier ser humano, o de lo que realmente es una relación. De esta forma, guiados por la moda y el negocio de las redes, vamos perdiendo la tolerancia, y nos adentramos en el laberinto del “todo vale”.

¿Dónde se va quedando el conocer realmente a las personas? Si algo no nos gusta, siempre podemos abrir el menú, seguir buscando algo que nos guste más, seguir aprobando o desaprobando con un simple like o comentario, bloqueando, aceptando, juzgando… el problema se agranda hasta el infinito y mas allá. No somos capaces de profundizar en las personas y las relaciones porque se nos vende mucho mas que no estamos dispuestos a perdernos “por si acaso”, o que no estamos por la labor de soportar, porque nuestro ego nos dice que somos mejores y nos merecemos mucho más, que son los demás quienes se tienen que esforzar por conocernos y retenernos, y tenemos relaciones express, devaluadas en el mundo de las relaciones, aunque sea con personas que ya conocemos o hemos conocido, y no solo en el terreno amoroso, y así, vamos eliminando personas y posibilidades de nuestra vida, quizá ante un simple post. Se imponen los cantos de sirenas del negocio de las redes donde todo es superficial y la mayoría de las veces no se corresponde con la realidad. Pero ante tan amplia oferta, vamos descartando o aprobando con un pobre criterio.

Las redes sociales han venido para quedarse. Nos permiten pronunciarnos, darnos a conocer, exponer lo que hacemos y donde estamos, lo guapos que salimos en las fotos o lo felices que somos. Nos alagan y soportan nuestra necesidad de reconocimiento, pero no pueden en ningún modo sustituir un abrazo, un  apretón de manos, una mirada, o una conversación “bis a bis” que puede ser un buen comienzo de algo, o de algo más, la oportunidad de conocer más en profundidad a las personas, de crear relaciones auténticas, siempre y cuando nuestra atención no vuelva a perderse en el mundo virtual disponible tan superficial como efímero.

Lola Lopez

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