Una gran parte del sufrimiento, del estrés  y el malestar que tenemos a lo largo de nuestra vida tiene que ver con los demás.

Somos seres sociales por naturaleza y necesitamos a los otros para todo tipo de cosas: como referentes, como amigos, como protectores, como compañeros. Para querer, para sentirnos bien, para divertirnos, para ayudar, para consolarnos, para afianzarnos, para conseguir metas y objetivos, incluso para sentirnos realizados.

Una prueba de ello es la necesidad y el gusto de ser padres, donde solemos proyectar nuestros deseos de que esos seres que nosotros traemos al mundo sean felices y consigan ser la mejor versión de sí mismos, que logren cosas mejores que las que nosotros hemos podido tener, y tengan una vida sustentada por buenos principios y valores. Probablemente para muchos de nosotros, esta sea una de las mayores satisfacciones. Ver como estos seres más queridos, se van defendiendo en el mundo y nos permiten compartir sus vidas con ellos, aunque también nos proporcionen momentos de preocupación, sobre todo cuando les pasan cosas malas por las que no quisiéramos que pasaran nunca, aunque sepamos que es inevitable.

Como seres sociales necesitamos relacionarnos, tratar de llevarnos bien, crear nuevos lazos  laborales, personales o sociales, y en este continuo intento de acercamiento e interacción, a veces nos damos cuenta de que algunas personas no responden como nos gustaría o como esperábamos de ellas, o que incluso nos afectan negativamente.

Hay que decir que todos somos humanos y la mayoría de las veces no respondemos al otro como a el le gustaría, simplemente porque no creemos estar haciendo daño a nadie con eso, y tan solo tratamos de vivir o solucionar nuestros propios problemas, sin embargo en muchas ocasiones, el sufrimiento o la decepción que tenemos los unos de los otros son inevitables, porque este continuo vaivén de nuestras vidas, exige que nos tengamos que ocupar de seguir nuestro camino, y no siempre nos damos cuenta de que podemos dañar a otros.

Pero el problema con frecuencia, son las altas expectativas que nos creamos acerca de los demás. Tan solo eso, y no el que los otros sean malos o inadecuados. No nos damos cuenta de que por muy altas que sean nuestras expectativas, cada persona es como es, no como nos gustaría, que no deja de tener sus problemas, sus deseos, su forma de ver las cosas, que pueden no coincidir con los nuestros, y la realidad es que en ese momento en el que tu te sientes defraudado, el problema no ha sido el otro sino tan solo de tus expectativas.

Todos somos diferentes y tenemos que ver esa diversidad, tratar de no acrecentar las diferencias sino aceptarlas, porque hay algo que nos es común: queremos alejarnos de lo que no nos gusta y conseguir lo que nos hace felices. Tenemos emociones parecidas. Se trata de ser conscientes de esto para que no vayamos incrementando el miedo a las personas solo porque nos hayan dañado en nuestra vida muchas veces. Lo de poder “ir con los brazos abiertos” cuando llegamos a una edad, es un privilegio para uno mismo, pero sobre todo para los que tiene la fortuna de toparse con una de estas personas.

El miedo también lo condicionamos nosotros cuando pretendemos alejarnos de todo sin darnos cuenta de que necesitamos estar y sentirnos acompañados, no siempre en soledad. Hay personas que dicen “yo no necesito conocer a nadie más. No quiero que entre nadie nuevo en mi vida”. Otras personas se aíslan, incluso alguno se puede convertir en sociópata, y todo tiene mucho que ver con el miedo a sufrir a consecuencia de los demás. Pero lo cierto es que crear lazos afectivos nos hace fuertes.

Ya sabemos que no todas las relaciones son fáciles, y tratar de construir nuevas relaciones, de cualquier índole, a veces tiene unas barreras de entrada muy altas. Puedes tomar la iniciativa  de tener un acercamiento con alguna persona, y sin embargo ella no está receptiva para ese acercamiento, o simplemente te ignora, o te hace ver abiertamente que no quiere  nada de ti. Piensa que tendrá sus razones.

Hay mucha gente que sufre mucho por esto. Todos podemos ser heridos, porque hay cosas que afectan a nuestra sensibilidad, a nuestros propios sentimientos, máxime cuando vemos una mala intención hacia nosotros. Mucho más cuando  intencionadamente nos pueden tratar de dañar. No caemos en la cuenta de que no todos nos podemos llevar bien con absolutamente todo el mundo y de que siempre habrá gente que nos haga daño consciente o inconscientemente.

De toda la gente que conocemos a lo largo de nuestra vida, hay un 50% con la que tenemos posibilidades de  encajar, estar de acuerdo o llevarnos bien, y hay otro 50% con la que nunca vamos a estar de acuerdo, y ni siquiera vamos a querer conocer. Por tanto, ¿para qué perder el tiempo con esa, aproximadamente mitad, con el que nunca vamos a congeniar? No nos olvidemos que en situaciones en las que tenemos que tratar, o trabajar con personas que puedan incluso ser toxicas,  que no lo podamos cambiar al no depender  de nosotros, no nos quedara mas remedio que tratar el asunto siendo lo más asertivo que podamos, y tratando de distanciar nuestros sentimientos, teniendo muy claro que no nos debe afectar.

Nosotros podemos dar el poder a los demás para que nos hagan daño o no nos lo hagan, más de lo que creemos, unas veces desde la comprensión del otro y desde la empatía, otras desde la indiferencia y el distanciamiento. Y cuando podemos elegir, tratar de elegir  a esas personas que nos puedan hacer la vida agradable, que nos aporten cosas positivas, nos permitan crecer y no aumentar nuestro estrés. No cometer el error de insistir o buscar a esa mitad de gente incorrecta, o sentirse herido por ella. No olvidemos que cada persona tiene sus propios objetivos, problemas, sentimientos y prioridades, y pueden no coincidir con los tuyos.

 Lola López

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