Cuando nos llega la adversidad, el conflicto, el trauma, o simplemente la vida nos contraría en algo importante para nosotros, desplegamos muchos mecanismos para hacerlos frente y sufrir lo menos posible.

Estamos acostumbrados a ciertos hábitos y rutinas, y todo aquello que necesitamos interpretar de nuevo para conseguir adaptarnos, es decir, cualquier cambio, necesita de un esfuerzo añadido por nuestra parte, para la acomodación al mismo.

Nos ayuda mucho el instinto y la intuición cuando un cambio, desfavorable para nosotros se va a producir, y en base a eso, somos capaces de anticiparlo, lo que nos ahorra tiempo y a veces, sufrimiento. Además, el que nos hayan pasado cosas parecidas en el pasado, es bueno `para detectar los problemas que se avecinan, más fácilmente.

En un primer momento de impacto, aunque este haya sido esperado durante algún tiempo, tratamos de forma automática de darnos cuenta de la situación global y sentir lo que esta pasando. No basta con reconocerlo cognitivamente, sino sentir la incomodidad o el daño. Es importante reconocer a todos los niveles, y evaluar, para afrontar.

En esta fase de reconocimiento de lo que nos crea conflicto, podemos enjuiciar prematuramente, etiquetar o sacar conclusiones a partir de datos sesgados, lo que nos impide ver con claridad la magnitud y calidad del problema.

Es cuando después, solo nos fijamos en cosas, detalles o situaciones que nos recuerden o estén en consonancia con estos juicios parciales previos. Es decir, no vemos lo que no queremos ver. Solo lo que cuadre con nuestra opinión. Aunque esta sea incompleta o defectuosa.

La interpretación subjetiva que nosotros demos a una determinada adversidad o contratiempo es definitiva a la hora de enfrentarla o resolverla.

Por eso se dice que la personas que tienden a ver la botella medio llena, tienen ya una disposición para ser mas resilientes que los  pesimistas o los que van pensando en negativo, y encadenan un pensamiento tras otro, de forma obsesiva, “ampliando” la causa y su efecto perjudicial sobre nosotros del estrés.

Nos sentimos más vulnerables cuanto más inseguros somos. O cuanto más inseguros estamos de determinados aspectos o parcelas  importantes en nuestra vida, como el trabajo, o relaciones personales intimas.

El miedo en estos momentos juega un papel decisivo. Veremos mas riesgo a no superar la adversidad, o de que se tambalee nuestra seguridad, cuando más temerosos nos sintamos y menos capaces nos creamos de llevar nosotros las riendas.

Partiendo de lo que ya poseemos de forma genética y de las experiencias de vida que llevemos acumuladas, en un paso siguiente nos preguntamos cómo podemos nosotros resolver la situación. No se trata de lanzarse sin más a la acción descontroladamente, sino reconocer nuestro papel dentro de esa situación, ver que limitaciones y recursos sentimos que tenemos en esos momentos.

Sin embargo, y además de esto, tampoco podemos impedir que de forma automática e inconsciente, se produzcan ciertas conductas que tratan de protegernos en un primer momento de las amenazan y que nos hacen sentirnos más seguros, al menos provisionalmente.

Estos son lo que llamamos mecanismos de defensa psicológicos, como la represión, la negación, o la racionalización. Dependerá de nuestra personalidad el que usemos unos u otros.  Por eso a veces, tratamos de disfrazar la realidad, la ignoramos o la negamos, usando estas defensas innatas que tenemos.

Esto se da especialmente cuando el impacto en nuestra vida es muy grande y amenaza no solo nuestra seguridad, sino nuestra esencia, o cuando promete hacernos sufrir lo indecible.

Ante situaciones prolongadas de infortunio, que se escapan totalmente de nuestro control, el pensar inconscientemente “aquí no pasa nada”, puede servir en un principio, pero después, en vez de defendernos, nos hace hundirnos más, al no permitirnos buscar soluciones, sino adoptar una actitud más pasiva que no nos permite defendernos practica y efectivamente.

Otra de las cosas ante situaciones difíciles es “hacerse el muerto”. Tratar de este modo de que pase la tormenta pretendiendo no ser vistos, para que no nos afecte. Este comportamiento es similar a la del animal cazado que se hace el muerto para intentar salir corriendo de su depredador en cuanto este se descuide. La seguridad de algunas personas reside precisamente en no hacerse notar para no ser dañadas.

Curiosamente, ante desastres como incendios, naufragios, terremotos…etc., nos protegemos muchas veces comportándonos heroicamente para ayudar a otros. Esto nos libra en cierto modo de pensar y repensar en nuestra propia desgracia y nos reconforta al creer que estamos ayudando, y que somos buenos por eso, lo cual nos hace más positivos.

A veces, pasamos mucho tiempo en buscar explicaciones para cosas negativas que nos pasan, y que no entendemos, o nos negamos a comprender la obviedad del hecho. Este trabajo de racionalizar la situación buscando causas o motivos, nos puede servir en un primer momento, pero se corre el riesgo de entrar en un bucle rumiativo y no salir de él.

El compartir la experiencia traumatizante con otros y hablarlo, incluso exagerando la crueldad y magnitud del infortunio, nos ayuda sobremanera a sobrevolar los problemas.

El desahogo personal con otros, y la sensación de no sentirse solos, es fundamental cuando tenemos una desgracia, es entonces cuando el prójimo se nos hace aún más importante y necesario para nuestra supervivencia, nos volvemos más humanos y prosociales.

Ayuda bastante la capacidad innata que tenemos, una vez “capeado el temporal”, de olvidar las cosas malas y recordar solo las buenas. De forma inconsciente descargamos de nuestra mente aquellas cosas que no nos dejan avanzar. Aunque esto puede tardar en llegar, pero a la larga, nos acordamos mas de los momentos buenos que de las desgracias. La mente se nos vacía de contenidos pues no podemos recordarlo todo, y solemos centrarnos más en los impactos emocionales positivos.

Por último, ante los contratiempos, crisis y catástrofes, nos ayuda mucho el tener sentido del humor, el ser capaces de sacar la parte cómica del problema y reírnos incluso de nosotros mismos. Es un ejercicio muy sano reír y hacer reír.

Cuando nos reímos estimulamos nuestro lóbulo frontal izquierdo y nos hacemos más positivos y optimistas. Nos vemos menos importantes de lo que realmente somos en el computo total de lo que conforma el universo, desdramatizamos y relativizamos, lo cual es muy saludable .

 

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.

ACEPTAR
Aviso de cookies
X