Afortunadamente la tendencia general por parte de la sociedad, en el principio del siglo 21, es por fin, la de preocuparse de esa parte mental que influye tanto en la salud global de las personas.
En lo que concierne a la mente, la buena gestión del estrés constituye en sí misma uno de los mejores garantes del bienestar y la salud. A la larga, la vida, con sus momentos de felicidad e infelicidad, puede ser más fácil cuando somos conscientes de que podemos hacer de nuestra mente una aliada, y sabemos crecer en resiliencia, preocupándonos precisamente de esta parte tan desconocida y a veces estigmatizada, por el miedo a reconocer ante los demás, que también puede enfermar, como lo hace cualquier otra parte de nuestra biología. ¿Cuál es la diferencia?
Hay un gremio profesional donde el estrés puede ir dejando una huella en la salud global, al principio invisible, que afecta indefectible y progresivamente, no solo a nivel profesional, sino sobre todo, personal, familiar y social. Este gremio es el de los profesionales de la abogacía.
Aunque este es un inconveniente no exclusivo de los que trabajan en el Derecho, sino de todos los seres humanos, hay que destacar que este colectivo, es requerido cuando las personas que los contratan tienen que solucionar problemas, conflictos, en definitiva, crisis de todo tipo. O sea, en momentos donde quienes los contratan necesitan ser escuchados, y defendidos, desde un estado de estrés, o de ánimo alterado, o de cierta preocupación vital.
Los abogados lo tienen que hacer necesariamente desde un enfoque jurídico, sin que esto les pueda permitir, como a otros profesionales, en este caso los de la salud mental, poder entender la parte psíquica del ser humano que tienen enfrente, y ni siquiera poder ayudarle, o intervenir a otro nivel, más propio de profesionales de la salud como psicólogos y psiquiatras. Sin embargo, son sufridores pasivos de momentos normalmente nada fáciles de otras personas. Esto, queramos o no, puede constituir un motivo de malestar personal. Uno más a gestionar.
El vinculo que se establece entre un abogado y su cliente, lleva implícita una parte emocional muy importante, que hace que la implicación necesaria para encontrar las vías de solución pertinentes sea también clave e inevitable. En cualquier ámbito profesional, los seres humanos interrelacionan con otros seres humanos, por tanto, no podemos aislar nunca la parte emocional de la racional. Pues somos una mezcla de ambas cosas. Es precisamente con nuestra parte emocional como tomamos muchas decisiones y encontramos vías de solución. Esta parte intuitiva de cualquier persona va también unida al conocimiento. En este caso del Derecho.
Las personas pasamos por muchos momentos difíciles, separaciones, divorcios, despidos, problemas laborales, económicos… y otras muchas cosas que pueden llegar a nuestras vidas, que no habíamos previsto, y que se presentan de repente, suponiendo muchas veces, ser acontecimientos traumatizantes, desestabilizantes en mayor o menor medida, que ponen en peligro nuestra seguridad y nos sumergen aún más en la incertidumbre. Esto nos hace tambalearnos, preocuparnos, desorientarnos, estresarnos… en definitiva, agobiarnos, sentir emociones negativas y tener sobre todo, sentimientos de impotencia e indefensión. Nos hacen ser muy vulnerables en definitiva. Entonces buscamos en la figura del abogado, alguien que se convierta en defensor de todo lo que significa “arreglar el problema”, que es un poco como “arreglar la vida”.
El abogado entonces está obligado a ser impasible, aséptico, inquebrantable y eficaz. En definitiva vencedor. Pero esta figura del Derecho, (supuesto y necesario vencedor), es un ser humano con sus propios problemas, vulnerabilidades, inquietudes, del que se espera, sí o sí, sea el más “fuerte”, pues se entiende que es su profesión.
Sin embargo, conseguir aislarse de la implicación emocional, que garantizaría ser en cierto modo tan solo “el defensor”, no siempre es fácil. Porque los abogados por encima de todo son personas.
Las neuronas espejo que tenemos todos, con las que conseguimos socializar con otros y establecer vínculos, hace que sea humano, e incluso normal, identificarse con las emociones de otros seres humanos. Ser empáticos. Tendemos a contagiarnos de los estados de animo de otras personas, la mayoría de las veces sin darnos cuenta. Esto ocurre incluso aunque no haya entre esas personas ningún vínculo afectivo. Así, cuando los abogados están frente a la ansiedad, la tristeza, y otros sentimientos negativos de sus clientes, derivados de los propios clientes y sus circunstancias, están añadiendo un plus de dificultad a sus propias vidas, derivado obviamente de su trabajo, pero que no deja de ser una “carga” más que tienen que solventar. Muchas veces identificándose con situaciones y sentimientos de su cliente, pero sin permitir sentirse afectados por ellos.
El estrés es preocupante cuando empieza a ser acumulativo. Obviamente no solucionamos mejor los problemas, o nos sentimos con las mismas fuerzas psíquicas, cuando nos ocurre algo malo puntual, que cuando tenemos la vida llena de problemas, o de repente nuestra vida se pone “del revés”.
Un abogado sencillamente se sentirá mucho más apto para ayudar a su cliente, cuando se encuentra bien psicológicamente, que cuando no es así. Sin embargo, el papel que tiene que desempeñar es el mismo, sobre todo mantenerse fuerte, competente e inquebrantable, aunque el resultado pueda variar y las consecuencias a nivel personal lleven a un mayor estrés e incomodidad subjetiva.
Cuando decimos “que no podemos más”, es cuando realmente, la sensación que tenemos es de indefensión, de sentir que algo falla por dentro, y desearíamos probablemente que todo empezara de cero, como si fuera posible “resetearnos” de un día para otro, y que se acabara todo lo malo que ocurre en nuestra vida. Pasando en primer lugar por eliminar todos los pensamientos negativos que lo acompaña. Obviamente no vamos a encontrar la solución a nuestros problemas en lo que podríamos llamar seguramente «ciencia ficción», sino más bien la hallaríamos en el autoconocimiento, la autoestima, el conocimiento de lo que es el estrés, y de saber que existe en la vida de cualquier persona. No solo en la de los débiles. De que podemos ser fuertes, o dejar de serlo de un momento a otro. De que no es lo mismo aguantar una batalla, que tener que aguantar una guerra, y de que es inteligente entender el estrés, saber reconocerlo, saber cómo evitarlo, y sobre todo como aceptarlo para curarse de el. Pues no hay vida sin estrés.
El estrés no es un monstruo alienígena que viene hacia nosotros. Debemos verlo más bien como el compañero de viaje, que unas veces nos paraliza de miedo, y otras nos impulsa hacia adelante. Todos estamos estresados en mayor o menor grado. Si no existiera el estrés, no podríamos sobrevivir, ni avanzar. Pero no debemos creer que si estamos muy estresados, es que somos inadaptados, estamos enfermos o somos menos fuertes.
También existe el fracaso y la frustración en esta profesión, y la tolerancia personal hacia ambas cosas empieza por fomentar la autoestima, controlar la autoexigencia y la culpa, y reconocer, por un lado, que no todo depende de nosotros, y por otro, que podemos cometer errores. Unas veces se pierde y otras, se aprende.
La aceptación de nuestra vulnerabilidad es curativa en todos los casos, pues tiene la magia de ponernos en la antesala de la resiliencia, de hacernos fuertes ante las adversidades. La buena noticia es que no es casi nunca necesario mostrar nuestra debilidad, sino tan solo reconocerla en nosotros mismos, pues este es el principio para poder convertir las cosas malas que sentimos y nos pasan, en cosas buenas. Podemos saber cosas sobre nosotros y saber cosas sobre el estrés, para facilitarnos esa mayor sensación de bienestar, libertad y plenitud. Ese es el mejor camino para sentirse bien.
¿Quién dijo que el débil es el que se siente estresado? ¿Quién dijo que tienen que existir los superhéroes? En ninguna profesión hay superhéroes. Los superhéroes son los que reconocen que se pueden permitir dejar de serlo, y que cuando necesitan ayuda, hay al otro lado otro ser humano que le puede ayudar. La vida es una rueda que va cambiando de posición. Procura que cuando te toca ser el que ayuda, lo puedas hacer eficazmente sin que te cueste renunciar a tu propia salud. Y cuando te toque estar en la parte de debajo de la rueda, te permitas descansar, poder desconectar y reflexionar sobre todas las fortalezas que ya tienes, aunque estés sintiéndote muy mal en ese momento.
Lola Lopez