Mucho del estrés que nos auto provocamos tiene que ver con las ideas que nos hacemos acerca de como tienen que tratarnos los otros, y eso depende de las expectativas que nos hacemos de la otra persona y de cómo nos gustaría que fuera la relación.
No nos podemos empeñar en caer bien a todo el mundo, y si vemos que una persona no responde a nuestras expectativas, debemos considerar que el no es el responsable, sino nosotros por tener una película en nuestra cabeza que no tiene que corresponder en absoluto a la que tiene la otra persona respecto a nuestra relación con ella.
Esto pasa tanto en el entorno laboral, como en la vida particular de cada uno. En ambos casos las relaciones no se pueden forzar ni tratar de que se ajusten a lo que queremos demandar de otra persona. Cada persona es un entramado de deseos, ilusiones, objetivos, con su propia historia y sus propias pretensiones. Querer que nuestras pretensiones y deseos coincidan con las de la otra persona, y por tanto considerarnos heridos, por creer que nos han fallado, no es culpa de quien pensamos que nos falla, sino de unas expectativas inapropiadas por nuestra parte.
Es lógico y humano que creemos expectativas, pero siempre tratando de que se ajusten a la realidad. Las relaciones humanas son pura reciprocidad y los vínculos que creamos con las personas se basan en no en lo que pensamos, sino en lo que demostramos y queremos por voluntad propia, respondiendo a expectativas comunes sobre una relación. De esta forma evitaremos frustraciones innecesarias.
De todas las personas que encontraremos a lo largo de nuestra vida, habrá un 50% con la que nunca podamos estar de acuerdo y ni mucho menos crear una buena comunicación, aunque esta sea aséptica y objetiva, y aún peor si se involucran los sentimientos o los deseos personales de ganancia, tan solo por una de las dos partes.
Lola Lopez