Una de las cosas más deseables para aumentar la fluidez y la calidad en las relaciones humanas, o sea, para la mejora de las mismas, es la Inteligencia Emocional (IE). La empatía es uno de los componentes principales de la IE, es decir, poder entender al otro, ponernos en sus zapatos, saber que puede estar sintiendo, escucharle y establecer lazos interpersonales sanos. Pero la empatía, algo tan constructivo en las relaciones sociales, es como cualquier otra virtud, si la llevamos al extremo, puede acabar siendo un defecto y un problema.

La “hiper-empatia” está considerada como un trastorno de la personalidad. Pero voy a hablar solo de aquellas conductas e intenciones que sin llegar a encuadrarse dentro de la psicopatología, nos hacen caer en el extremo nada recomendable de querer entender a todo el mundo, ocupando siempre nosotros un lugar muy secundario en cuanto a la obtención de nuestro propio beneficio.

Contrariamente a lo que se podría esperar de los demás en cuanto a “caer mejor” por este motivo, la mayoría de las personas no entienden tanto altruismo, y normalmente tienden a discriminar o ignorar a quien siempre trata de agradar y entender permanentemente todas las posturas ajenas y no la propia. Además puede ser un motivo de abuso hacia la persona empática, crear suspicacia, o una imagen de esa persona de debilidad, de intenciones ocultas o de falta de personalidad que no le favorece. Puede provocar un  feed-back negativo hacia el empático, haciendo que este pueda caer en el resentimiento, la duda, el aislamiento, el agotamiento social, dependencia emocional, decepción y baja autoestima.

Es importante para cualquiera sentirse querido y escuchado y las personas empáticas tienen facilidad para suplir esta necesidad de muchos, porque son personas con una alta sensibilidad, pero es bueno analizar si se trata de una conducta de ayuda y entendimiento hacia otros o un exceso de empatía, que se suele dar por no estar acostumbrados a revisar nuestras propias necesidades y deseos, al poner siempre por delante de nosotros a los demás.

La vida es un intercambio reciproco, un “win-win”, y hay que saber poner los limites personales. Existen otras alternativas al «ceder siempre». No se puede dar indefinidamente sin recibir (y no me refiero a prestar nuestra ayuda cuando alguien lo necesita o a saber entender al prójimo). Cuando se cae en un exceso de empatía suele costar cada vez más, decir “No”. Esta falta de asertividad puede acabar en una negación de uno mismo por agradar a los demás. Sin embargo el derecho de reivindicar lo que uno siente, opina y necesita, no se puede dejar de lado, pues se trata de “egoísmo sano” que también es bueno desarrollar.

Entender el dolor de los demás, tampoco es absorberlo, sino que hay que saber distanciarlo. El altruismo es una conducta muy loable y hacer el bien nace de las buenas personas. Pero esto es algo muy distinto al exceso de empatía.

Lola Lopez

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