En los experimentos de laboratorio los ratones se suben a una rueda y dan vueltas y más vueltas. En un principio se pensó que podía ser porque se sentían en cautividad, como una forma de escapar de la misma, pero luego se demostró que incluso los ratones de campo estando en libertad, desarrollaban la misma conducta. El motivo es que lo hacen  por diversión, porque hacer este ejercicio es como un juego que les estimula y les divierte.

¿Hasta que punto la rueda que nosotros hacemos girar permanentemente en nuestra rutina, nos resulta divertida como a los ratones?

Subirnos a una rueda y sentir que nos movemos sin parar nos hace estar cargados de adrenalina. La promesa de recompensa que imaginamos nos hace correr  en la rueda más y más deprisa, aunque esta recompensa nunca llegue o sea muy incompleta. Continuamos corriendo hacia ninguna parte muchas veces, y aunque  estemos cansados de correr, seguimos activando el mecanismo del movimiento por rutina y por supervivencia. Como seguir pedaleando en una bicicleta sin opción de parar para no caernos.

Seguramente nos gustaría bajarnos de esa rueda e incluso subirnos a otra, pero no sabemos cómo hacerlo o simplemente, no podemos. Estamos en la rueda que nos toca y lo asumimos como tal…. y nos vemos ahí con el paso del tiempo irremediablemente. Ya no podemos mirar hacia otro lado aunque notemos que estamos atascados en la rueda de nuestra propia vida. Sentir que aun no sabiendo con exactitud a que te lleva seguir en la rueda, es mejor por conocido, aunque no le encuentres ningún sentido. Simplemente te convences a ti mismo que no queda otra.  El caos llegaría seguramente si nos bajamos de la rueda y permitiéramos que esta dejara de girar con nuestro esfuerzo, y esto se nos hace inviable.

No caemos en la cuenta de que a veces tenemos que parar, bajarnos y soportar el caos, tocar fondo para dar sentido a nuestra vida. No es fácil parar pero se hace necesario para retomar el rumbo cuando estamos demasiado insatisfechos. Cuando se tienen mil preguntas y pocas respuestas, necesitamos encontrar certezas parándonos, mirando hacia dentro y soportando la verdad. Disponemos de algo muy valioso que es la libertad de elección, de pensamiento y de acción. Mas valioso que la inercia de nuestras costumbres.

La espera de recompensa que nos hace girar en la rueda cargándonos de adrenalina no siempre es suficiente. La verdadera recompensa es estar bien, deshacerse de hábitos que ya no nos sirven y que nos hacen infelices, porque ¿hasta qué punto la diversión de dar vueltas y más vueltas en la misma rueda puede ser durante mucho tiempo un aliciente? ¿Por cuánto tiempo? ¿no es mejor salir de lo conocido y de la zona de confort aceptando el cambio como mejora?

Lola Lopez

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