La vida va transcurriendo, y si miramos atrás, nos damos cuenta de todo el tiempo que nos hemos pasado tan solo sobreviviendo, olvidando que solo hay una vida y que “se nos pasa por alto” disfrutarla en su mayor parte.

Victor Hugo pronuncio una frase brillante: “La mayor desgracia del ser humano no es llegar a morir, sino no saber cómo vivir”

Lo peor es que no existen tantos peligros reales que nos deban necesariamente hacer que salgamos corriendo o tengamos que luchar. Es evidente que vamos a encontrar infortunios y adversidades en el camino, unos más que otros, que debemos movilizarnos para sufrir lo menos posible, pero no es menos cierto que la lucha que emprendemos en defendernos ante la vida tiene más que ver con la lucha con uno mismo, que con el peligro real.  Porque el peligro que percibimos suele estar más tiempo y más acrecentado en nuestra cabeza. Porque el problema es que no podemos escapar de nosotros mismos. Y esto, nos impide disfrutar.

Esa lucha empieza desde el momento en el que no encontramos paz, en el instante en que ante los problemas y situaciones vividas, nos enfrentamos a nuestros propios sentimientos, y ocultamos nuestra verdadera naturaleza llena de posibilidades, por el miedo a sufrir.

Desde que entramos en el “túnel de la madurez”, en el que efectivamente aprendemos de las experiencias, es verdad que nos defendemos quizá mejor, pero disfrutamos mucho menos de las cosas, acumulamos más resentimientos, nos escondemos detrás de nuestro “sentido del ridículo”, y acrecentamos nuestra indefensión ante el miedo.

Olvidamos  que estamos en el mundo para vivir, no para pasar por el cómo autómatas, tratando de anestesiar las emociones desagradables, a veces mediante malos hábitos, o con “tiritas” que nos ponemos y se nos olvida quitar, dando “palos de ciego” por desconocernos. Tratado de vivir deprisa o de quemar etapas. Todo esto nos hacen sentir a la larga más vacíos o infelices.

La vida no implica ser siempre feliz. Ser feliz no quiere decir  no tener problemas. Mas bien tiene que ver con la paz mental, con la creencia de que se puede ser feliz a pesar de todo, porque la vida tiene muchos momentos buenos, y que hay que saber disfrutarlos.

Perdemos poco a poco  la “mente de principiante”, la mente de ese niñ@ que sabe y es capaz de disfrutar lo que hace, porque no tiene otra cosa en su pensamiento que el hecho de vivir la experiencia del momento, de jugar. De desmenuzar cada segundo viviéndolo con plenitud.

El juego es una de las habilidades que deberíamos todos conservar, casi intacta, de cuando éramos niños, porque la vida es un gran juego.

Cuando jugamos nos divertimos, y este matiz, nos hace ser más productivos y felices. Porque el niñ@ que fuimos, sigue estando en el adulto que somos, y hay que sacarle a pasear, tenemos que dejarle jugar, abrirle la puerta del “parque de bolas” para que pueda pasarlo bien más a menudo.

Nuestra personalidad se va construyendo, pero depende mucho de nosotros como lo hagamos, el ir en una u otra dirección. El objetivo podría ser simplificar lo complejo de nuestras vidas, y muchas veces esto tarda  en llegar. Porque no solo es que la vida se complica, es que nosotros nos complicamos con ella. Se trata seguramente, de poder “volver al principio de la posibilidad”, de seguir aprendiendo pero haciéndolo más cerca de la  mente simplista que teníamos de niños.

Quien tiene esa virtud, quien se da cuenta de que su parte de niño  le puede proporcionar muy buenos momentos, y se atreve a vivirla, tiene también la suerte de tener más cosas buenas y disfrutar más. Porque la pregunta es: ¿Qué diría el niño que fuiste del adulto que eres?  ¿Estaría contento?

No nos olvidemos de disfrutar y de vivir, antes del “Time out”.

Lola Lopez

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