LOS AFECTOS

Las emociones y sentimientos guían nuestras conductas. Las ideas cambian, los planes y objetivos también, pero los afectos y las emociones, son aquello que nos mueve verdaderamente. Si los desplazamos, terminaran apareciendo mas tarde. Los podemos camuflar, disimular, y hasta no aceptar e ignorar, por miedo a destapar nuestra vulnerabilidad, o por miedo a aceptar esa parte más frágil que no nos gusta de nosotros, sin embargo es algo de lo que no podemos escapar, que siempre estará en el fondo de nuestras acciones y pensamientos.

El amor y el desamor, el miedo, la ira, la alegría, el remordimiento … siempre son el trasfondo que determina nuestro bienestar. Lo que verdaderamente sentimos, que suele estar detrás del escenario de lo que decimos, es lo que nos hace estar bien o mal, y lo que termina ganando la guerra, aunque hayan perdido muchas batallas por el camino a causa de la razón, de la lógica, e incluso de la persecución de los placeres hedonistas para tratar de encontrar una irreal felicidad.

Pero en el fondo no podemos soportar el vacío que implica ignorar lo que sentimos, y que se compone de muchas emociones, a veces contradictorias, muy arraigadas en nuestra mente, y mucho más cercanas al mundo del raciocinio de lo que creemos, aunque las tratemos de apartar por la fuerza discordante que a veces tiene sobre nosotros o nuestra necesidad de estar por encima de esas que llamamos «debilidades» sin serlo.

Darle el espacio que se merece a lo que sentimos, es lo que nos garantiza a la larga no sentirnos solos, o conseguir mayor plenitud y eficacia en nuestros propósitos en cualquier ámbito de nuestra vida. Detrás del propósito del poder, del éxito, de la acumulación de cosas materiales, del deseo de posesión, de reconocimiento…, se encuentra la inseguridad, la necesidad de ser queridos, la necesidad de aceptación por parte de los demás, de las personas que nos importan, de los grupos sociales a los que pertenecemos, cada vez más compuesto de personas individualistas tratando, cada uno a su manera, de salvaguardarse de tanta incertidumbre, pero no pudiendo olvidar la necesidad de protección y pertenencia a lo colectivo .

En una sociedad tan acelerada como sorprendida, que encumbra el narcisismo de lo aparente, de personas que acatan el dictamen de muchos egos desproporcionados y enfermos, para no tener que tomar decisiones propias, que se esconden ante el riesgo que supone ser uno mismo sin imitar ni rendir pleitesía a nadie, es razonable pararse a pensar que necesitamos desarrollar un sentido crítico que cuestione lo que parece importante, que amplíe nuestra visión de lo que nos rodea, que nos haga caer en la cuenta de lo que somos en realidad: seres humanos buscando aceptación y afecto, pero también capaces de ser y comportarnos, en base a lo que necesitamos y nos motiva verdaderamente, marcado por nuestra parte emocional.

 Dar cabida a las emociones y tener la valentía de expresarlas o considerarlas conscientemente en nuestras decisiones y conductas, es tener una convivencia sincera con uno mismo para poder reivindicarse ante un mundo más anodino que interesante, que a veces parece ir a la deriva sin valores firmes a los que agarrarse. La dignidad también consiste en reconocer nuestras emociones y sentimientos. Nos gusten o no.

Lola Lopez

 

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