Los mecanismos de defensa psicológicos, que todos usamos, son una especie de armadura que nos protege de la experiencia traumática o potencialmente percibida como traumática.

Cada uno tenemos un estilo defensivo que constituye una coraza muy activa que nos da seguridad, y que nos pone unos límites.

Esta forma de ser y estar forma parte de nuestra estrategia defensiva para atrincherarnos en el mundo.  Estos límites nos permiten ponernos más a salvo del estrés que nos produce vivir en el mundo.

¿Qué hacemos ante un despido de trabajo, un conflicto sentimental, ante perdidas, enfermedades, o situaciones límite?

Ante cualquier situación o acontecimiento en nuestras vidas, hacemos nuestra propia interpretación, en base a lo que tenemos memorizado y acumulado en nuestro software mental.

Esto en sí mismo, ya puede constituir la primera barrera que pone limites a la solución. Pues nuestra propia interpretación, también nos cierra las puertas a nuevas posibles interpretaciones, a otras maneras de ver el problema, de aceptar otros puntos de vista. Nuestra mente nos engaña haciéndonos creer que solo existe lo que vemos y pensamos. Que solo hay un camino para la solución.

A todos nos llegan situaciones conflictivas, que nos sumergen en el estrés, a pesar de nuestra coraza y de cuantos mecanismos internos tratemos de movilizar, pues este estrés, a veces, sobrepasa nuestra defensa. Es cuando no somos capaces de llegar a puerto. Es cuando decimos que estamos estresados.

La mente trata de protegerse de la ansiedad disminuyendo la atención o distorsionándola. Sacrificamos la atención en aquello que nos ocupa, o a aquello que debemos prestar atención, mientras estamos “muy entretenidos” tratando de reprimir de alguna manera, este estrés y estos contratiempos que no nos gustan, y que han pasado previamente por el filtro de nuestra, a veces fatal, interpretación.

La “armadura de guerra”, que nos ponemos para resistir en momentos críticos, cuando la carga emocional de lo que vivimos es muy alta, nos mantienen protegidos, pero muchas veces, no demasiado atentos ni conscientes. Ante el estrés, sacrificamos nuestra atención.

Esta protección, suele estar compuesta por aquellas formas de defensa psíquica personal, que nos han funcionado alguna vez, o muchas veces, a lo largo de nuestra vida, que amortiguan el impacto del estrés, y cuyo objetivo es no perder nuestro equilibrio emocional.

Reprimimos todo aquello que sospechamos nos puede desequilibrar, y al reprimirlo, lo hacemos inconsciente, lo sacamos del campo de la consciencia. Esta represión de emociones y sentimientos tiene la finalidad de sufrir lo menos posible.

Pero cuando hacemos esto, podemos reconocer en nosotros una frialdad afectiva, que puede traer aparejada una sensación de culpabilidad o un sentimiento de insensibilidad que no nos gusta. Tan solo estamos defendiéndonos, no significa que seamos así.

Vamos de esta forma, relegando al inconsciente, lo que nos duele, y lo ocultamos ahí, a veces durante toda la vida. Pero el miedo reprimido, termina saliendo a la superficie. Y aunque el dolor desaparece de la consciencia, permanece oculto en esa parte desconocida de nuestra psiquis, si no lo hemos afrontado y aceptado debidamente.

El objetivo de la mente es desviar nuestra atención ante cosas que nos causan ansiedad.

Gastamos mucha energía mental en defendernos de esa ansiedad. Mientras tanto, no vivimos plenamente lo que nos pasa, pues estamos muy ocupados en defendernos y sobrevivir.

La interpretación que hagamos de las cosas es clave para la mejora o empeoramiento, de nuestro malestar, e incluso de la enfermedad, ya que no es lo que nos pasa, sino lo que interpretamos de lo que nos pasa. Y cuando esta interpretación nos lleva a la negatividad y al miedo, obviamente aumentara las situaciones de estrés, en vez de contrarrestarlas.

Aunque algunas personas tienen la facilidad para vivir razonablemente muchas veces con estas situaciones, por su predisposición a la positividad, lo cierto, es que la realidad se impone de forma brusca cuando menos lo esperamos. Esto nos ocurre a todos tarde o temprano, y sacude estrepitosamente al más positivo de los mortales.

Sera el nivel de resiliencia que tengamos ante estas situaciones difíciles, lo que fundamentalmente nos permita disponer del suficiente coraje para afrontarlas. En el caso de que podamos cambiarlas. Otras veces, no nos quedará más remedio que aceptar. Aceptar desde la calma y la serenidad, pues cuando sabemos que ya no podemos hacer nada, es que no hay nada que hacer.

Por tanto, muchas veces la respuesta no es la lucha, sino la aceptación, para poder seguir viviendo sin “gastarnos” en el intento, y sin tener que huir para luego volver.

Si no podemos controlar o afrontar el estrés, la ansiedad misma que se genere por ello, ya dificultara la interpretación de la amenaza y la fiel evaluación de la situación. Por eso es importante que sepamos gestionar el estrés, reconocerlo y solucionarlo.

Siempre damos respuestas cognitivas que minimicen el impacto de aquello que no podríamos superar de otra manera. Es decir, buscamos explicaciones racionales, y de sentido común.  Aunque no podemos cambiar el suceso estresante, si podemos amortiguar sus efectos emocionales en nosotros, de esta manera. Pero las respuestas cognitivas no siempre son la solución.

Tener la suficiente inteligencia y adaptabilidad para aceptar la situación con serenidad es más razonable. Se trata de ser “junco”, más que “tronco”. Adaptarnos a lo bueno y a lo malo, aceptando lo malo, como lo hacemos cuando vivimos en estado de satisfacción y bienestar.

Realmente, todo sería más fácil en muchas situaciones, si supiéramos hasta qué punto debemos aceptar y hasta qué punto no debemos resignarnos. Pero esto a veces, no llega fácilmente a la primera.

Cuando la ansiedad requiere nuestra energía psicológica para defendernos de ella, esto como contrapunto, reduce la atención que prestamos a lo que nos rodea o nos ocupa. Por eso, muchas veces no debemos malgastar energías en luchar e intentar cambiar lo que tenemos delante, sino simplemente asumirlo.

Por tanto, Ya que somos incapaces de rendir cuando las preocupaciones y las amenazas secuestran nuestra atención.la ansiedad es lo que más obstaculiza nuestro rendimiento. 

No siempre es tan fácil, pero la serenidad y la calma interior, serán las mejores aliadas para resolver mejor lo que nos preocupa. La aceptación de lo que no podemos cambiar ya, es la clave.

LOLA LOPEZ

AUTORA DEL LIBRO MINDFULNESS EMPRESAS. “LA EXCELENCIA EMPIEZA EN TI”.  

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Webs: www.lolalopezpsicologia.com |  www.mindfulness-empresas.com

 

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