Ser competitivos no implica empezar una guerra, o ir a ganar a costa de lo que sea, pero muchas veces tanto en el trabajo como en la vida, nos ponemos como lema “o tu o yo, no cabemos los dos”, lo que lleva a sacar lo peor de nosotros. Una guerra debe ser declarada por las partes, al menos tácitamente.

El problema no es tratar de ganar, sino hacerlo precisamente a cualquier precio. En la guerra no todo vale. La cantidad de problemas que este pensamiento de ganar siempre nos crea, tiene que ver con el desasosiego, la agresividad, la poca empatía. Nos coloca en el plano de la enemistad, incluso permanente, con aquellas personas que consideramos no deseables por el hecho de ser competidores, y solo por el objetivo de vencer.

La competitividad es buena cuando ambas partes conocen las reglas del juego. El mundo empresarial es competitivo, y este es uno de los mejores alicientes para el progreso, para que pueda seguirse dando el estado de bienestar, para innovar y tratar de ofrecer siempre lo mejor, dar más pasos hacia adelante. Sin embargo aunque seamos agresivos en obtener victorias, no deberíamos hacer de la agresividad una forma de actuar. Ser competitivamente sano es hacerlo también desde la honestidad y dentro de los límites.

La agresividad es un estado emocional que implica el deseo de dañar a otra persona por alguna causa, con o sin justificación. Cuando empleamos la agresividad por supervivencia sin que necesariamente exista la destrucción del adversario, podemos decir que entra dentro de lo deseable. El problema es cuando hacemos de esta, una forma de ser o de ir por la vida, y terminamos viendo esta actitud como “normal”. La agresividad también necesita del apaciguamiento.

El continuo enfrentamiento en aras de ser competitivo no resuelve tantos problemas como pensamos, pues es autodestructivo a la larga. Además hace efecto domino en el entorno en el que nos movemos y repercute negativamente en las intenciones, en los deseos de ganar el bien colectivo.

La buena competencia implica que sea controlada, no dejando “víctimas mortales” en el camino. La reputación o la imagen de una empresa también depende de la honestidad con que se compita. Sobrevivir es legítimo hasta que se llega al extremo de dañar en lo personal al adversario. Por eso a la hora de competir también existen unas normas racionales que deben ser compartidas e implican transparencia.

La competitividad no significa tener la intención de dañar, castigar o agredir. La hostilidad que se deriva del conflicto de intereses es humana, sin embargo es bueno canalizarla hacia lo meramente objetivo y no llevarla a cabo “caiga quien caiga”, yendo en contra de los más elementales valores humanos.

“¿Quieres decir que dejarás tu piedra y yo bajaré mi espada, y trataremos de matarnos unos a otros como personas civilizadas?” – El hombre de negro

(Cuento de La Princesa Prometida)

Lola Lopez

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