La importancia de dos neurotransmisores, como son la dopamina y la serotonina, en la regulación bioquímica en nuestro cerebro, ha sido ampliamente demostrada en muchos estudios neurofisiológicos. Cuando la  dopamina y serotonina decaen, el estado de ánimo se resiente, la motivación y la ilusión en la vida decrecen considerablemente, y nos volvemos abúlicos o deprimidos.

Ambas sustancias van disminuyendo con la edad, pero no solo, también depende de lo que nos digamos y de lo que queremos real y conscientemente. Especialmente la dopamina es un neurotransmisor que alarga la vida, nos hace comportarnos de manera optimista y extrovertida que nos compensa del deterioro de la vejez. La serotonina, nos hace estar más ilusionados y tener más ganas de vivir, por eso es la sustancia que llevan medicamentos como el Prozac administrados en casos de depresión.

Nuestro cerebro es un entramado infinito de conexiones nerviosas e impulsos  electroquímicos entre las neuronas, que requieren de  neurotransmisores para comunicarse. Con el paso de los años, la cantidad disponible de neurotransmisores va disminuyendo de manera gradual, pero puede verse compensada de alguna manera por nuestra decisión de seguir activos.

Esta perdida biológica nos hace más lentos de movimientos, más apáticos, con menos facilidad para crear expectativas ilusionantes, y poco a poco vamos perdiendo el interés por las cosas, en casos más graves, acabando en demencia, Parkinson, Alzheimer… etc.

Sin embargo está comprobado, que la indefensión ante la adversidad que supone el paso del tiempo, se aprende, como cuando en el experimento de Seligman los perros a los que no se les daba la posibilidad de controlar la descarga eléctrica que les producía dolor, perdían el interés por defenderse, a pesar de que en una fase posterior si se les permitía accionar una palanca para evitar la descarga. Demasiado tarde… ya habían asumido que defenderse estaba fuera de su control. La sensación de indefensión que tenemos en la vejez es producida en gran medida por lo impotentes que creemos que estamos al compararnos con los más jóvenes.

Esto mismo que a los ratones y a los perros de los experimentos de laboratorio, nos puede pasar a medida que vamos envejeciendo. No solamente es la perdida de dopamina lo que nos hace estar más desmotivados, sino nuestra actitud ante el deterioro inevitable de la edad.

Nos resignamos y nos rendimos al paso del tiempo… antes de tiempo. Estamos demasiado influenciados por las pautas sociales que encumbran la juventud y nos encasillan despóticamente en “las cosas que tienen que ser por edad”. o «las cosas que por edad no nos corresponden».

 ¿Por qué un anciano con sus cualidades mentales bien conservadas no puede aportar todo lo que sabe a la sociedad y tiene que resignarse a aceptar que se le considera viejo? ¿Por qué hay tantas personas mayores absolutamente brillantes  que tienen que tirar la toalla por exigencias de una sociedad narcisista  que encumbra a la juventud únicamente, dejando de lado la experiencia y la sabiduría de la madurez?

A cualquier edad podemos sentirnos bien, valorando lo que somos. Si admitimos que no se pueden cambiar las circunstancias y que debemos someternos a lo que se piensa en términos sociales absolutos, que nos dice lo que alguien por edad puede hacer, o no puede hacer, estamos perdiendo el control de nuestra vida, y poco a poco la apatía se ira apoderando de la ilusión, haciendo que decaigan con ello nuestras competencias cognitivas y nuestras ganas de vivir.

La dopamina nos puede alargar la vida y hacernos más felices, pero la presencia de esta en nuestro cerebro no solo depende de aspectos biológicos, sino de la actitud que tomemos en cuanto a saber cómo queremos envejecer. La mayoría de la gente llegada a una edad se resigna a ver pasar los días hasta que llegue la muerte, y otros por el contrario, hacen suya la frase de que “más vale quemarse que morir lentamente”, y son capaces de imaginarse sus vidas de la forma en la que ellos quieren que sea.

Es muy importante que sigamos imaginando cosas buenas que nos pueden suceder, porque la representación mental de lo que supone una ilusión, actúa a nuestro favor, o dicho de otra forma, para estar mejor, tenemos que alimentar nuestra dopamina y nuestra serotonina, imaginando la consecución de nuestras metas y expectativas, manteniéndonos activos. Las neuronas aprenden a establecer nuevas conexiones y a activarse dependiendo de cómo las activemos, y neuronas que se activan juntas una vez, lo pueden hacer muchas veces. De esta forma, no solo se previene el deterioro mental, sino que aprovechamos más ratos de felicidad mientras vivimos.

Sabemos que al conseguir algo que nos satisface, liberamos dopamina, que es la hormona del placer, pero gracias a las últimas investigaciones, también sabemos que la dopamina es capaz de actuar previamente, impulsándonos a hacer lo preciso para alcanzar lo que queremos, y que su aumento también depende de nuestro esfuerzo y nuestra voluntad. Por eso, continuar activo, aprendiendo, haciendo deporte, y sabiendo que seguimos teniendo el control de nuestra vida, es lo que va a hacer que la calidad de vida sea cual sea la edad que tengamos, aumente considerablemente.

La motivación no solo depende de la ilusión que le pongamos a las cosas, sino del convencimiento de que podemos tomar nuestras decisiones, tener el control de nuestra vida, y que podemos seguir relacionándonos con los demás siendo autónomos, percibiendo de forma clara nuestra autoeficacia, valorando más nuestros éxitos que nuestros fracasos, adaptándonos, y no perdiendo nunca el interés por las cosas que nos han gustado. Por ejemplo, si antes nos gustaba nadar, es inteligente seguir activado nuestra dopamina con la natación, adaptándonos a las limitaciones físicas que pueda haber a determinada edad, pero nunca abandonando hábitos que han supuesto placer y gratificación.

 La  característica  natural en los seres humanos es la curiosidad.  Esta necesidad de explorar y aprender no se reduce con la edad, a menos que estemos más o menos deprimidos, o de que nos convenzamos de que ya no estamos preparados para ello, porque la sociedad dice que “no corresponde”. Seguir comprometidos con el entorno alimenta la ilusión, supone seguir probando, actuando, aprendiendo, aunque sea con pequeñas cosas.

 El  envejecimiento biológico no solo depende de una serie de alteraciones hormonales, anatómicas, fisiológicas, y de nuestros genes, depende, y mucho más, de la actitud que tomemos frente a él, a nuestra buena autovaloración y a nuestro convencimiento de lo que realmente aun somos en el presente, en consonancia a lo que fuimos.

Lola Lopez

 

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