El cambio permanente es de lo único que podemos estar seguros.
A pesar de eso, somos animales de costumbres, y la sensación de cambio, nos produce una inestabilidad que no siempre estamos preparados para afrontar.
Necesitamos seguridad. No estamos cómodos en la incertidumbre.
¿Pero y si estuviéramos dispuestos en todo momento a tender un puente al cambio? ¿No nos facilitaría las cosas, y nos ayudaría en nuestra adaptación al mismo?
Ya sabemos que el cambio es inherente al hombre y a la vida. El ser humano no es simple. No es algo estático ni definido, sino sometido a cambios cada segundo de su existencia. La facultad camaleónica de que disponemos, es tan necesaria como comprensible.
En nuestra realidad actual, el cambio, además de ser permanente, se da a una velocidad mucho mayor que en otras épocas, donde no estábamos sometidos a tal cantidad de distracciones y descubrimientos externos.
Hoy, un bombardeo de informaciones, consiguen distraernos y nos desconcentran fácilmente de lo que tenemos entre manos.
El cambio que existe fuera de nuestro entorno, nos afecta de una manera u otra. Pues todo está en conexión.
¿De qué sirve resistirnos al cambio?
Cuando algo va bien, probablemente cambiara e ira en otra dirección. Aunque no nos guste, y podamos tratar de redirigir, o cambiar de estrategia, el hecho es que tarde o temprano, cambiara.
Estamos sobre-informados y sometidos a mil distracciones. Una distracción puede aparecer en forma de WhatsApp, de teléfono, de mail, de ruido, de luz que se proyecta desde algún aparato electrónico, o simplemente, revestir la forma de pensamiento o emoción.
Cuando la distracción es exterior a nosotros, podemos limitarla si queremos, hasta cierto punto. Por ejemplo, cerrando el ordenador, desconectando el teléfono, no prestando atención a las noticias sino en momentos puntuales que nosotros elijamos…
Sin embargo, cuando es nuestra propia mente la que nos distrae, no nos queda más remedio que ser conscientes de esta limitación, y tratar de entrenarnos para gestionar las distracciones que provienen de ella.
¿Qué ocurre cuando no podemos controlar nuestros sentimientos, nuestros pensamientos? ¿Por ejemplo, cuando sentimos rabia, odio, o cualquier emoción negativa que nos sobrepasa? ¿Cuándo nos dejamos arrastrar por ellos? ¿Cuándo nos creemos estos sentimientos y pensamientos como si fueran nuestros, cuando en realidad solo son algo que nos está pasando?
Porque los cambios también se dan en nuestro interior. Y lo que hoy vemos de forma clara, mañana nos sumerge en dudas e interpretaciones. Con lo cual, nuestro equilibrio y estabilidad, está en continuo jaque.
¿Qué consecuencias tienen los cambios?
La sobrecarga de información, y sobre todo la falta de enfoque que le demos a nuestras actividades, como consecuencia, nos puede hacer desbordarnos emocionalmente. Y cuando estamos sobrecargados emocionalmente, somos incapaces de ver las cosas con claridad.
De esta forma, somos víctimas de pensamientos, que, en situación de sobrecarga, proyectan negativamente su poder sobre nosotros.
¿Cómo saber responder a los cambios?
Mediante la atención, y la conciencia abierta.
Los estados mentales positivos, pueden fácilmente verse sumergidos por una avalancha de actividades y preocupaciones diarias.
Esto hace que podamos empezar el día con una predisposición muy positiva y que poco a poco, todos los cambios que nos están afectando desde el exterior, y desde nuestra propia mente, nos vayan mermando, y dificultando el hacer una interpretación sobre las cosas que nos pasan, que juegue a nuestro favor.
Según lo que pensamos, evocamos uno u otro sentimiento. Y nuestros sentimientos son importantes porque nos van a influir en las decisiones que adoptemos frente a los cambios.
Por eso, imagina que puedas elegir lo que piensas. Lo que puede afectarte positiva o negativamente.
La libertad es en realidad un estado mental, no algo que nadie nos puede dar o que está en el exterior.
Nosotros podemos decidir libremente que pensar sobre las cosas, si somos capaces primero de aceptarlas, y de observar el impacto que producen en nosotros con imparcialidad y sin juzgarnos.
Lo que nos pasa, no es lo que nos produce frustración o satisfacción, sino lo que nos contamos de lo que nos pasa. Es decir, nuestra reacción ante ello.
Como dijo Seligman “El potencial estresante del cambio, no depende tanto del estrés como de nuestro modo en como lo percibimos y gestionamos”.
La mente se aferra a las cosas. Incluso a situaciones difíciles, como si estas, fueran permanentes. Pero todo cambia, todo es transitorio. Lo bueno, y lo malo.
Puesto que las cosas que nos disgustan también desaparecen, resistirnos a ellas es un desperdicio de energía.  Y aferrarnos a lo que nos gusta, también lo es.
El apego a lo bueno que tenemos, y la resistencia a lo malo que nos ocurre, es tan infructuoso como contraproducente, pues el cambio vendrá tarde o temprano, y lo único que consiguen ambos comportamientos, es quemar nuestras reservas psicológicas.
Gastamos nuestra energía cuando nos resistimos a que nos pase algo, que no queremos que nos pase, aun sabiendo que ya se ha producido, y que no puede ser de otra manera.
Mientras más intentes comprender que todo cambia, más fácil podrás enfrentarte a los problemas y disfrutar de lo bueno que tiene la vida.
Existe una cierta resistencia al cambio por parte de todos. Lo pone de manifiesto el dicho tan popular de “virgencita que me quede como estoy”. Aunque el cambio sea para mejor, estamos dispuestos a renunciar a él. El conformismo es seguridad.
Acepta que la vida es cambio. No es pasividad, ni resignación, si no te opones a él, sino aceptación.
¿Cuándo saber si debes seguir intentándolo o cuando debes abandonar?
La respuesta pasa por la consciencia y la aceptación de la situación. No rendirse a veces no es la solución. Estar abierto a los cambios, y tratar de adaptarse si ya no podemos hacer nada porque sea de otra manera, si lo es. Nos pone en el escenario de una forma realista.
Si tenemos dificultad para adaptarnos, cualquier cambio, aunque sea positivo, nos puede llevar a sentir mal.
La mentalidad de aceptación, hace que no aumentemos el peso de una situación difícil, y nos ayuda ante los cambios.
Si ya no podemos hacer nada para que el cambio sea como y cuando nosotros queremos, que mejor que ser observadores del cambio, asimilándolo, y no yendo contra de la corriente, sino a favor.
Amoldarse a situaciones más difíciles, es reinterpretar la realidad. Adaptarse al cambio, no solo nos hace más resilientes, sino más sabios.
No debemos ver el cambio como amenaza, sino como oportunidad. Una oportunidad para crecer, para aprender, para lograr más y mejores cosas.
La acomodación al cambio, se hace mucho mejor si estamos atentos, entrenados mentalmente, y manteniendo una consciencia abierta a lo que nos rodea. Pregúntate si estás dispuesto a abrazar el cambio. A tenderle un puente, en vez de cerrarle las puertas.

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