Las personas somos una totalidad compuesta de mente, cuerpo y espíritu. Este último, aunque no localizado en ninguna parte, o ignorado por muchos, esta muy conectado con lo que somos en realidad. Es un encuentro con nosotros y con Dios, sea cual sea el Dios en el que creamos. Es muy positivo alimentar esta tercera parte. No importa el nombre que la pongamos, la religión que tengamos, o como la consigamos, pues de hecho, se puede cuidar la parte espiritual de muchas maneras, pero no debemos olvidarla porque es la parte que nos hace conectar más directamente con nuestro interior y la que nos da más paz y fortaleza.

La espiritualidad consigue acallar el ruido mental y hacernos conscientes de nuestra parte humana, de esa parte que compartimos todos, que es vulnerable, está llena de errores, equivocaciones, aciertos, pero que nos recuerda que formamos parte de un todo, que no estamos solos, y que hay una fuerza mayor por encima de nosotros. Una energía superior que se compone de infinitas energías.

Lo que nos iguala a todos es precisamente la humanidad. Nadie se escapa del sufrimiento, de los buenos y malos sentimientos, de tener experiencias buenas o malas. El bien y el mal existen en cada ser humano. Dios, o aquellas otras representaciones que adoptemos como Dios, dependiendo de la religión, las creencias, la cultura, etc.…, tiene que ver con el bien, que está presente en cada uno de nosotros. Es esa parte que nos empuja a hacer cosas por los demás, que nos ayuda a compartir y a usar el amor, que es lo que nos une, lo que nos hace crecer, buscar valores que nos guíen a seguir aumentando el bien dentro de nosotros y en los demás.

La espiritualidad no es banalidad, ni vanidad, ni soberbia, ni la búsqueda de cosas materiales sin descanso, es buscar más bien la felicidad en nuestro interior, alimentando su fuerza y el deseo de estar en paz haciendo el bien. Cuidando de nosotros y de los demás con humildad. Es comprender a otros, no juzgar, es mirar hacia uno y sentirse bien por tener acallado el mal dentro de los límites razonables, para poder seguir abrazando y compartiendo, las dos cosas que permiten que segreguemos más oxitocina, hormona que reduce los niveles de colesterol que nos llegan a través del estrés.

Todos los buenos valores que adoptemos en nuestra vida para conseguirlo también incrementan nuestra salud global, y esto tiene que ver mucho con la espiritualidad. La espiritualidad está en consonancia con la dignidad humana, el mayor regalo.

Algunos creyentes cristianos, buscamos estos valores dentro del cristianismo, pero lo que importa no es el nombre, ni como lleguemos a ellos, ni que seamos o no practicantes de algunas normas o creencias grupalmente  compartidas, lo que realmente importa es que las conductas y deseos desemboquen en el bien. Porque los grandes valores son universales y los suelen poseer las personas de buena voluntad.

Lo esencial, el sentido de vivir o lo que le da sentido a la vida, no está fuera de nosotros sino dentro, y forma parte de la espiritualidad, que alimenta la salud global de las personas porque forma parte del todo.

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